jueves, 25 de noviembre de 2010

"Cartas de Amor", remembranza de orgullo

Tiempo de novela


“En algún momento de mi húmeda y descolorida existencia, lo único que interrumpía la tranquilidad eran los balonazos recibidos gracias a los niños de la cuadra, en aquella esquina donde he permanecido por un tiempo incalculable. A esos niños los vi crecer; y ahora ancianos recogen las huellas de su pasado y esperan lo que les depara el futuro, sabiendo que lo seguro es la muerte. Aquí, en el Berlín, he visto muchas parejas que declaran amor incondicional y otros que lanzan madrazos hasta más no poder. También he reído y llorado con todos y cada uno de los personajes que pasan por mi lado al escuchar sus historias; al escuchar como un hombre descarga su grande y no muy esculpida mano sobre el rostro pulido y puro de una frágil mujer , contagiándome de sus emociones, a veces odiándolos, a veces queriéndolos.


He presenciado el ir y venir de sueños guardados en un colchón, acompañados de sillas, neveras, peinadores, camas, ollas, mesas de noche, grabadoras televisores; sueños amarrados con una cabuya a un camión, entrando y saliendo por la puerta y de vez en cuando tirados en la esquina, revueltos en al basura, rotos y sucios.

Por las calles que alcanzo a divisar desde esta solitaria y a veces mal oliente esquina, han transitado carros lujosos, carcachas, motos de alto cilindraje en medio de la noche turbando su tranquilidad, camiones con sus equipos de sonido a todo volumen alterando los sueños de muchos, o de pocos; carretilleros,  perros, mamás que llevan a sus hijos al colegio, quienes vuelven con la ropa sucia, dejando ver en sus caras los residuos de la lonchera. He visto pelados que llegan sudorosos después de un partido de fútbol y toman gaseosa en la tienda del frente.  Aquí  he estado a la intemperie, me he mojado con los aguaseros tan tremendos que saben caer, pero también  he sufrido los estragos del sol. Mi piel, por así decirlo, se ha ido desprendiendo, como una culebra cuando  muda su tez, con la diferencia de que a mi no me sale una nueva.

Pues con todo lo malo, pero también con lo bueno, estaba acostumbrada a mi estilo de vida. La lluvia y el sol ya no me incomodaban, tampoco los perros chandosos que a veces merodeaban por mi lado y dormían muy cerca, dejando sus pulgas y sus garrapatas hay pegadas. No me molestaba el humo del cigarrillo o de la marihuana, que salía de la nariz o de la boca de algunos jóvenes y en ciertas ocasiones de adultos. No estoy diciendo que me gustara, pero tampoco me incomodaba. Ya estaba acostumbrada a ver mi piel ajada y a que algunos niños traviesos me arrancaran algún pedazo.

Un día la cotidianidad se vio interrumpida por un grupo de personas que de algún modo me ultrajaron, al menos así lo sentí. Hicieron una cantidad de modificaciones y en mi interior ya no seguía siendo la misma, me sentía rara, incomoda. Un mes duró el cambio extremo. Después de estos tormentosos treinta días nada fue igual en los siguientes dos meses y medio. Esa esquina que antes recibía con indiferencia a sus afligidos transeúntes se había convertido en el escenario principal de una novela. Si ahí estaba yo, la casa que antes había reído, llorado, odiado, que guardaba un sinfín de historias, ahora era la protagonista de la historia. Resulta que en mi interior viviría “cupido”, ese era el cuento más raro que había visto hasta el momento. “Cupido” no era un hombre, era una mujer, que se hacia pasar por hombre y se enamoraba del protagonista que era el tipo mas perro de Berlín. A partir de ese momento mi tranquilidad se desvaneció.

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En la cuadra se armo una revolución y se veía más gente de lo normal novelereando, claro, pero se veía. Todo el mundo estaba feliz, menos yo. En mi cambiaron mucho las cosas: nueva sala, nueva nevera, nuevo comedor, todo era nuevo, aunque eso seguía sin gustarme.
Desde muy temprano en la mañana llegaban al rededor de treinta personas que desfilaban de aquí para allá, unas con cables, otras con maletas llenas de maquillaje, otras con unas cámaras grandísimas, otra con vestidos y luego se iba tarde en la noche, a veces ni se iban.



En fin, eran muchas las personas que abusaban, conectaban cables y su olor a quemado me fastidiaba. Todo el día entraba y salía gente, azotando puertas con una fuerza imposible, golpeaban paredes con las sillas, con las cámaras; y es que a veces hasta “cupido” lo hacia ¿por qué de los 421 barrios que hay en Pereira viene a escoger el mió, o a mi y no a otra en este barrio? Yo extrañaba mi gente, las historias cotidiana; extrañaba el perro de la esquina huyendo del calor, o escampándose de la lluvia, extrañaba mi tranquilidad, ahora lo único que se veía eran unos camiones inmensos y unas luces que iluminaban toda la cuadra, y yo prefiriendo la luz de la lámpara de la empresa de energía. Pero bueno me resigné durante esos dos meses y medio y así como llegaron se fueron, con sus cámaras, con sus actores, con sus cables quemados, con sus luces, con todo.

Cayó el telón y ahí me quedé solitaria como siempre, a la espera de mis fieles protagonistas de historias. La fachada que usé durante ese tiempo de novela terminó por deteriorarse, pero luego seguí siendo la misma, para seguir pasando inadvertida entre los caminantes, iluminada bajo la luz tenue  de la lámpara de las empresas públicas y  cuando esta dañada me conformo con la compañía de la luna. Tuve mis quince minutos de fama, pero no me gustaron, porque a mí parecer la realidad siempre supera la ficción.”
            


Revista la urbana
Febrero de 2009 edición nº 1
Rayados
http://www.youtube.com/watch?v=rdYARBCqh3U&feature=related

Por: Andrea Álvarez Hincapié

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